lunes, 16 de julio de 2007

Acta primera: la violencia como problema


Faltaba todavía una entrada que tratara de explicar un poco lo que debatimos el pasado jueves. Yo llevaba unas pocas líneas preparadas, pero ya fueron suficiente para hincar un debate sobre la manera de enfocar el tema de la violencia. He ampliado un poco lo que se dijo y debatió, aunque también he dejado de lado otras cosas (como el Mein Kampf de Hitler o la película The believer, que tal vez reintroduzcamos más adelante). Espero que no resulte un texto demasiado largo.

Iniciamos la reunión introductoria con una tesis personal aunque no es sólo mía, por supuesto: la violencia sólo aparece como problema en la cultura occidental en la Edad Moderna, sobre todo a partir del Renacimiento. Es cierto que previamente ya vemos a diversos autores ocuparse con este tema, pero en ningún caso se problematiza la violencia como empieza a hacerse en esta época. Curioso que algo tan extendido y eterno como es lo violento haya tardado tanto tiempo en imponerse como tema, sobre todo a partir de un enfoque de corte moral. Jean-Marie Domenach recuerda en su texto La violencia (del libro colectivo La violencia y sus causas, ed. UNESCO, 1981) que lo que la filosofía griega descartó (menciones esporádicas de algunos autores como Heráclito no es algo muy significativo) reaparece representado por la tragedia, en sus diversas formas de cólera, hybris, venganza, etc. También en la cultura latina se ha producido un ocultamiento semejante, y un buen ejemplo podemos encontrarlo en que el latín no distingue entre ‘fuerza’ y ‘violencia’ (vis). Es el francés George Sorel el primero que, ya en pleno siglo XIX dedica a este tema un estudio importante. Hoy en día ya se ha convertido en prácticamente un género el estudio del fenómeno violento.

¿Por qué se ha producido este viraje de la manera que vemos? ¿Por qué motivos se ha tardado tanto en analizar el fenómeno? En la reunión se planteó que tal vez eso se deba, en gran medida, a las especiales formas de sociabilidad modernas. Es decir, que nuestro nivel de vida basado en un confort insólito en otras épocas nos ha desligado de los efectos de la violencia más cotidiana, pudiendo así aislarse conceptualmente como si se tratara de algo ajeno a nuestra naturaleza. Hoy no es lo habitual que nos veamos obligados a matar para sobrevivir; en nuestros nichos de confort vemos a la violencia como algo que existe por sí mismo, con autonomía propia y que únicamente nos afecta en determinadas situaciones. Esto nos separa claramente de la percepción que de la misma tenían nuestros antepasados, cuyas vidas cotidianas se desarrollaban bajo niveles de agresividad muy elevados. La cotidianidad de la violencia, como sucede con cualquier otra cosa, nos la convierte en algo inseparable de nuestro contexto. En este sentido hay que recordar que el análisis de algo se produce sólo cuando podemos establecer una distancia con ese algo. El theoros griego, el sujeto que articula tesis determinadas sobre algo, es precisamente tal sólo cuando puede entrar en el juego desde fuera; su exterioridad a lo analizado le permite la perspectiva indispensable para poder entender la naturaleza verdadera del fenómeno. Sin distancia no puede haber análisis y la progresión de nuestra separación de la violencia explica que sólo hasta la modernidad lo violento se haya convertido en problema filosófico.

Paradójicamente es en situaciones de gran seguridad material y legal cuando la percepción que entraña la peligrosidad de un ataque se hace más alarmante. Hoy en día en Europa vivimos en sociedades donde el nivel de violencia es uno de los más bajos de la historia. Hay conflictos bélicos, claro está, pero en nuestras vidas los sucesos violentos siguen siendo una anomalía. Sin embargo, a esta seguridad conjugamos una percepción del peligro más intensa; la sensación de amenaza es muy elevada y las psiques de los individuos lo acaban acusando. Hoy en día tenemos más cosas que perder frente a la eclosión de la violencia: nuestro confort y nuestros derechos legales, por ejemplo. Cierto que tenemos el problema del terrorismo, pero incluso en estos casos su nivel de efectividad práctica es muy reducido y las probabilidades de que alguien sea víctima tampoco son muy elevadas (mayor número de muertes producen los accidentes de tráfico y sobre todo los suicidios y sin embargo la percepción de estos problemas es mucho menor).

Apunta Domenach que el progreso del ‘espíritu democrático’ también ha tenido mucho que ver con todo esto. Hoy en día somos más sensibles que nunca a las violencias que se cometen, pero no sólo con las ajenas (esas siempre se han percibido críticamente, fruto de la demonización casi unánime que produce la exterioridad de lo ajeno). Creo que en la modernidad eclosionan los principios más radicales que están en los Evangelios, y son ellos los que determinan una mayor consideración del Otro, un mayor respeto por lo que nos resulta ajeno. En la modernidad lo propio se pone en cuestión, y eso implica analizar críticamente el ejercicio que llevamos a cabo de nuestras capacidad agresiva. Aunque todavía se mantienen en pie, los sistemas totalizadores de sentido (religiones, ideologías, filosofías) han perdido su poder clausurador y la eficacia de la justificación de sus violencias. Si el círculo de lo propio no puede ya cerrarse con la misma complacencia y falta de nivel crítico, es inevitable que las relaciones entre el Yo y el Otro se conviertan en un problema central de nuestros días.

Dejo la cuestión etimológica del agon, del polemos y del makhomai para más adelante.

7 comentarios:

Andreu dijo...

Muy buena entrada y resumen de lo dicho. Ampliaré un poco el tema con algunas cosas que también se comentaron de pasada.

Aunque se puede intuir en la primera parte del resumen, cabe señalar -como lo hicimos en su momento- la importancia del "método" a la hora de poder hablar de qué temas se tratan a partir de una determinada época, en este caso la moderna. Recordemos lo que indicó Miquel, siguiendo a Heidegger, sobre los "títulos".

La relación entre las "crisis" sistémicas (en su lenguaje, el paso de una modernidad "sólida" a una modernidad "líquida") y la aparición de violencia forma parte esencial del planteamiento de Bauman. Aunque es importante decir que, para él, es imposible establecer un aumento o una disminución de la violencia de manera objetiva, pues su relación estrecha con las cuestiones de legitimidad (la relación "excluyente" entre coacción y violencia) la hacen invisible a los registros históricos.

Pero bueno, supongo que de todo esto iremos hablando en sesiones futuras.

Un saludo.

El Pez Martillo dijo...

Da usted en la entrada una visión muy optimista de la situación. No creo que haya habido una mejora en los niveles de violencia. Lo más han habido desplazamientos.

No debemos olvidar que la violencia es un término relacional, que es un recurso para manejarnos en nuestras relaciones con los demás (es cierto que el tema del otro es importante). Y si hay menos violencia, eso juega a favor de alguien que sí la usa. Lo que sí que estaría dispuesto a aceptar es que en lugar de violencia franca, lo que ha ocurrido es una transformación en coperción, en una presión indefinida pero omnipresente.

La predominancia de las consideraciones morales, siguiendo a Nietzsche, serían un síntoma de la decadencia y la desintegración. Ciertamente, un predominio de los valors evangélicos, pero peligrosísima por eso mismo.

Johannes A. von Horrach dijo...

¿Optimista? No creo, Pez. No digo que la violencia haya descendido, sólo que en ámbitos cotidianos en nuestras sociedades está en sus niveles más bajos históricos. Sí que ha habido un desplazamiento hacia la exterioridad, pero el control hoy es mayor que nunca. Como he dicho en otras ocasiones, tensiones cotidianas siempre las habrá, pero no son nada comparable a las violencias 'fuertes' que no hace mucho era lo habitual en nuestras sociedades. Hoy día alguien como yo, que vive en un barrio problemático de Palma, nunca ha sido robado, ni he visto un asesinato (aunque alguno se ha cometido cerca de mi casa), y pocas veces he visto un cadáver. Casi todo lo que sé sobre la violencia lo he leído en libros o visto en tv. A pesar del poco contacto que he tenido con ella la violencia es algo que me obsesiona.

Me aperec bien que predominen los valores evangélicos, que en eso no soy nada nietzscheano. Le doy mucho valor a que existan para que hagan de contrapeso a nuestros impulsos nada evangélicos.

(disculpe, pero ¿qué es 'coperción'?)

saludos

Anónimo dijo...

Esto... shalom.

(dicho sea desde una conexión a 56k, más lenta que el caballo del malo, pero a anteidem regalado...)

El Pez Martillo dijo...

Hombre!

El saludo del ausente!. Ahora sí que contamos con todas las bendiciones posibles.

Shalom también para vos, andequiera que se encuentre.

Andreu dijo...

Debo protestar por esta manifestación anti-protocolaria del "ausente". Si se dedica a "aparecer" no hay forma de sacralizar el mito y nuestro culto puede verse afectado.

Resumiendo: o se está ausente o no se está (ausente).


(Todo esto es broma. Saludos, Rafa.)

Johannes A. von Horrach dijo...

Saludos al profeta, nuestro querido Rabinín, desterrado vete a saber donde. Para la adoración, como el rollo del theoros, tiene que establecerse una distancia, una separaciçon dramática.

Por cierto, Rabino, diga cosas por la línea interna.

shalom!

PD: ya sólo falta que el mismísimo Big Tiger asome también la patita por aquí...