martes, 31 de julio de 2007

Antropología y violencia. El caso de los kung.


En nuestra conflictiva relación con la realidad, tenemos la tendencia a sólo considerar lo que está de acuerdo con y refuerza nuestros esquemas. Aunque sean datos mínimos e intrscendentes dentro del conjunto en el que se encuadran, solemos sobrevalorarnos. El asunto de los Tupinamba es un buen ejemplo de ello. En un momento dado se utilizaron para argumentar a favor de la natural bondad del ser humano, y en la entrada anterior han sido utilizados como buen ejemplo de las teorías sacrificiales de Girard.

Pues bien, puestos a buscar ejemplos que confirmen nuestros prejuicios (en última instancia, todo es un prejuicio y todo lo humano es un intento de encajar la realidad en él, generando una dinámica conflictiva y potencialmente violenta), encontré hace unos días uno que parece apuntar en la dirección contraria a la de los Tupinamba. Se trata de los kung, una tribu que forma parte del pueblo san (más conocidos por el despectivo nombre de bosquimanos). Los kung son un pueblo de recolectores y cazadores que habitan la zona septentrional del desierto del Kalahari y que llevan siglos viviendo de la misma manera sin apenas cambios. De entrada, no se les consideró humanos, hasta que en los años 60 del siglo XX varios antropólogos se interesaron por ellos, sorprendiéndose por la absoluta ausencia de violencia en su sociedad. Los estudiosos llegaron a la conclusión de que no es que no fueran agresivos, sino que sus costumbres contribuían a la atenuación de esa agresividad. Por ejemplo, al cazador que cazaba la ieza más grande se le ridiculizaba y era objeto de mofa, hasta el punto de que llegaban a pedir perdón por no haber cazado nada más grande y de entrar en el poblado compungido por su actuación. De este modo, el grupo ejercía una presión sobre los individuos que evitaba que alguno se pusiera por encima de los demás y se creyera investido de ciertos derechos. Además, los poblados kung están formados por chozas que se distribuyen de forma circular, y no existen las puertas, de modo que desde cada casa se puede saber lo que está ocurriendo en la sotras. Así todo el mundo se controla recíprocamente. Se sabe que hace siglos los kung guerrearon con sus vecinos, pero una vez alcanzado el equilibrio, éste no se ha movido en centurias, manteniendo unos niveles de violencia inusitados en grupos humanos.

A pesar de todo, en los años setenta sí que empezaron a observarse conductas violentas, describiéndose algunos casos de maltratos a las esposas. Esto coincidió con un cambio profundo en sus estructuras sociales. El gobierno les expulsó del desierto en el que vevían y les ofreció terrenos para cultivar y ganado, forzándoles a abandonar sus costumbres de caza y recolección. Así, hay quien ha afirmado que lo que introdujo la violencia es la propiedad privada. Pero esto no es más que otra manifestación más de lo que he afirmado al principio, de arrimar el ascua a la sardina ideológica. Porque del mismo modo, otros han querido ver un supuesto origen no violento de la humanidad, una época dorada en la que no existió la violencia, que luego fue introducida, al modo roussoniano, por la mayor complejidad de la sociedad.

Al fin y al cabo, la explicación más plausible para el caso de los kung no es que no fueran violentos, sino que sus costumbres suponían un potente filtro para la agresividad natural que todos tenemos. Nótese que hablo de agresividad y de violencia, y que lo hago de forma más o menos indistinta. Pero creo que habría que precisar un poco estos términos, lo cual será objeto de alguna entrada más adelante.

domingo, 29 de julio de 2007

El caso de los tupinamba


En las sesiones de Makhomai hablamos del caso de los tupinamba, más que de su canibalismo (que en principio parece lo más chocante) lo hicimos de su curiosa lógica sacrificial. Cuelgo aquí el texto que escribí para el Nickjournal, basado en lo que dije en las sesiones de Literanta:



Muchos mitos son todavía objeto de creencia en nuestra sociedad supuestamente descreída y moderna. El de la ‘inocencia’ de los niños, por ejemplo, sigue en pie, a pesar de que la realidad nos lleve la contraria todos los días. También disfruta de muy buena salud el mito que considera a las mujeres el ‘sexo débil’, cuando al menos entre los quince años y los treintaypocos son el más fuerte con mucha diferencia (uno de los pilares donde sustentan su dominio es el matrimonio, institución feminista donde las haya, pero dejemos este tema para otro día). Sin embargo el mito que ahora me ocupa es el del ‘buen salvaje’, que sigue muy vivo sobre todo en determinados espacios ideológicos. Vayamos con una de sus más interesantes encarnaciones, los tupinamba.
La tribu de los tupinamba es un pueblo que procede de la costa nordeste de Brasil. Desde Europa se los conoce desde hace siglos, incluso el pensador Michel de Montaigne ya se refería a esta tribu en sus Ensayos, después de conocer a dos de sus miembros en Ruán. Como recuerda René Girard en La violencia y lo sagrado, los tupinamba poseen en la literatura y el pensamiento del Occidente moderno unos títulos de nobleza especiales, sobre todo porque fueron miembros de su tribu “quienes posaron para el más célebre retrato, antes del siglo XVIII, del buen salvaje cuya fortuna en la ya larga historia del humanismo occidental conocemos”.
Sin embargo los tupinamba son un pueblo un poco más complejo que esa imagen buenista que nos llegó en su momento. Hoy sabemos que practicaban el canibalismo en dos formas: una en el propio campo de batalla, y otra más ritualizada en el despliegue de sus ritos sacrificiales. También sabemos que se trataba de un pueblo que, como muchos otros, practicaba la guerra sistemática con sus vecinos.
El más interesante de estos detalles tan poco buenistas es el canibalismo ritual, más que nada por la lógica sacrificial que lo dirigía. Ya he dicho que a unos enemigos se los comían sin ceremonias en el mismo campo de batalla, pero a alguno de los supervivientes se lo traían al poblado, integrándolo totalmente en la vida comunitaria; pasaba a ser uno más entre los tupinamba, se lo casaba con una mujer de la tribu, podía tener descendencia, etc. Parece en un principio un efectivo método de integración. Además, al nuevo tupinamba se lo colmaba de regalos, buen trato y todo tipo de favores, sobre todo sexuales. Pero todo cambiaba en un momento concreto, que podría llegar meses después de su integración o a veces incluso años. El caso es que a partir de un determinado instante al nuevo tupinamba se le dispensaba un trato opuesto al recibido hasta ese momento: se le humillaba, agredía, se acababan los favores sexuales, etc. En esta progresión antagónica incluso se estimulaba su huida del poblado, aunque siempre asegurando su rápida captura. También se le prohibía comer, con lo que debía robar los alimentos si no quería morir. El fin era que la futura víctima cometiera el mayor número de transgresiones posibles con el fin de demonizarlo y justificar así el crimen ya decidido. Sobre él se polarizaban todas las tensiones de la tribu. Hasta que un día era sacrificado ritualmente y engullido por los estómagos de todo el poblado, extasiados en la conmoción de la reunificación colectiva.
¿Por qué este extraño y retorcido procedimiento victimario? La tesis defendida por Girard interpreta, en el conjunto de su hipótesis mimético-sacrificial, que la sociedad tupinamba entiende que para mantener la unidad grupal necesita de víctimas demonizadas contra las que afirmarse comunitariamente. Este mecanismo de oposición para fijar la identidad es universal (lo es menos la manera en que este mecanismo se lleva a cabo), pero lo curioso es el método adoptado por los tupinamba para que la catarsis sacrificial sea lo más efectiva posible. Por una parte, la víctima debe ser exterior al grupo si lo que se pretende es que el sacrificio acabe con el infernal ciclo de venganzas que amenaza con destruir cíclicamente a la propia comunidad; si el asesinado no pertenece a clan alguno nadie del grupo va a mover un dedo para defenderle. De esta manera, el sacrificio significaría una catarsis colectiva que al tiempo que expulsaría las tensiones internas acumuladas desde el último ciclo sacrificial también evitaría futuras represalias. La víctima procede del afuera, de la exterioridad no diferenciada, opuesta a lo propio sí estructurado en un marco de diferencias, con lo que nada se perdería con su liquidación.
Pero un problema que tiene la víctima exterior es que no moviliza el contenido de las significaciones endógenas. Promueve la unanimidad estrechando los lazos, pero no permite remover nada, generar un proceso renovado, ya que como carece de significación propia no altera el contenido de la identidad. Pero eso sí sucede con la elección de un miembro del grupo como víctima, porque permite un despliegue más dinámico de la dialéctica identidad/diferencia. La forma de superar la contradicción por parte de los tupinamba es la relatada: se escoge el enemigo al que se injerta en el tejido colectivo y que, tras recibir las significaciones propias, es ajusticiado ritualmente. La diferencia no se limita a confrontar, sino que proporciona nuevos elementos al contenido de la identidad. Su parte de interioridad permite poner en juego el sentido del sujeto grupal, renovarlo y potenciarlo; mientras que su exterioridad evita venganzas internas (nota: si la mujer de la víctima se resiste al proceso también es asesinada). Curioso método para procurarse víctimas y, sobre todo, para ‘modelarlas’, con el fin claro, aunque no se haga explícito, de experimentar un sacrificio más vigoroso.

viernes, 20 de julio de 2007

Pulp Fiction vs Irreversible



En la sesión de ayer tratamos de indagar en los orígenes de la violencia tomando como guión la teoría mimética de Girard. No nos interesaban tanto los fenómenos violentos en sí como la dinámica interna que acaba generando esos fenónmenos. En medio de las consideraciones en torno a Girard, de las que no voy a decir nada porque hay otros miembros del grupo mucho más preparados que yo sobre el asunto, surgió un tema interesante. El de la violencia en el cine. Pero no salió desde el punto de vista tópico de si hay que eliminarlo o si es conveniente o no. La violencia es algo que está en el mundo y en la vida, va con lo humano, y si el cine tiene que tratar sobre lo humano, es necesario que la violencia aparezca. No es esta la cuestión. Lo que se dijo fue que hay algunas películas en las que se disfruta de la violencia y otras en las que sirve como motivo para criticarlas y rechazarlas. La cuestión originaria fue el porqué Tarantino tiene tanto predicamento por ser agresivo y por el uso de la violencia en sus películas y otros directores que también acuden a ella son criticados y condenados a las minorías precisamente por lo mismo (se citó a Lars von Trier como ejemplo).

La conclusión a la que se llegó es que en unas, la violencia no es más que un recurso estético para impactar más al espectador. En estos casos, se presenta de forma espectacular o exagerada (tiroteos masivos, grandes explosiones, enormes palizas...) dentro de tramas que podríamos calificar de "ficción extrema" (en todo momento sabemos que estamos viendo una película, que somos espectadores). Además, esta violencia es incuestionada, gratuita, amoral, y sin implicarnos para nada, provocan diversión. Y lo que nos divierte nos gusta.

En cambio, en los otros filmes citados (Irreversible o La naranja mecánica fueron algunos de los títulos que surgieron), la acción es mucho más realista, se nos pone ante la violencia de modo más crudo, mostrándonos lo que muy posiblemente esté ocurriendo en algún rincón del mundo y que tal vez podamos padecer algún día. Además, suelen ser películas que pueden dar pie a la reflexión en torno al asunto, y que tienen un fondo problemático. Y claro, esto inquieta al espectador, que se ve ante un espejo y en lo más íntimo de su ser se sabe capaz de las aberraciones que ve, que las comprende (por más que nos cubramos de capas y capas de bondades y buenismos varios). Estos films apelan a algo en nosotros. Algo que muchas veces nos negamos a ver. Por eso generan rechazo.

miércoles, 18 de julio de 2007

Acta primera (segunda parte): agon, polemos y makhomai


Un de mis intenciones en lo que a este seminario respecta es profundizar en las distintas caras que puede tener lo que nosotros llamamos violencia. Ya ha quedado más o menos claro que nuestros antepasados, hasta la Edad Moderna, se referían a este fenómeno de maneras distintas. Por eso me interesa profundizar en las palabras que en la Grecia clásica trataban de definir el fondo de lo violento.

Agon: significa lucha, conflicto, desafío, contienda, pero lo que más me interesa de este vocablo es el sentido que le da a esa lucha: la de la oposición. Agon se refiere a un tipo de lucha que parte del propio sujeto (de ‘subiectum’, 'lo que subyace', es decir, el lugar desde el que se enuncia y que pretende afirmarse) y que se dirige a un adversario que puede ser cualquiera. Es decir, que lo que vemos en el agon griego es una necesidad de entrar permanentemente en conflicto, independientemente de quien sea el adversario concreto. Y mi tesis es que si el sujeto requiere del conflicto es para formar y dar peso a su identidad particular. Tener un enemigo siempre es una buena vía para mantener la psique blindada y fija en los propios principios.

De agon viene el castellano ‘agonía, que vendría a significar la última lucha. También proviene ‘protagonista’, ‘proto agonistes’ (el primer agonista), que es aquel que habla primero en un debate entablado a tres bandas y en el que el coro actúa como juez. Pero ‘antagonismo’ creo que es la palabra castellana que mejor refleja el sentido del término, por lo que subraya de fijación combativa respecto a algo.

Polemos: por su parte el polemos, que se suele traducir por guerra, se refiere a un tipo de conflicto más abstracto, que implica a los individuos en general, y tiene menos que ver con los impulsos y necesidades de cada sujeto particular. Por tanto, la del polemos es un tipo de lucha mucho más consciente que la del agon, y en ella hay una gran parte de planificación y estrategia (strategos). El agon funciona a un nivel más inconsciente; su dinámica es más subterránea.

Makhomai: este es un concepto que, al menos por lo que he podido ver, aglutina diferentes sentidos, tanto los más vinculados al polemos como al agon. Es menos utilizado, pero en castellano también vemos que ha permanecido con la terminación ‘maquia’, como por ejemplo en la palabra ‘tauromaquia’ (Pez Martillo también se refirió a ‘naumaquia’, que eran luchas de barcos en la época romana). Seguramente por eso se suele traducir como lidia.

lunes, 16 de julio de 2007

Acta primera: la violencia como problema


Faltaba todavía una entrada que tratara de explicar un poco lo que debatimos el pasado jueves. Yo llevaba unas pocas líneas preparadas, pero ya fueron suficiente para hincar un debate sobre la manera de enfocar el tema de la violencia. He ampliado un poco lo que se dijo y debatió, aunque también he dejado de lado otras cosas (como el Mein Kampf de Hitler o la película The believer, que tal vez reintroduzcamos más adelante). Espero que no resulte un texto demasiado largo.

Iniciamos la reunión introductoria con una tesis personal aunque no es sólo mía, por supuesto: la violencia sólo aparece como problema en la cultura occidental en la Edad Moderna, sobre todo a partir del Renacimiento. Es cierto que previamente ya vemos a diversos autores ocuparse con este tema, pero en ningún caso se problematiza la violencia como empieza a hacerse en esta época. Curioso que algo tan extendido y eterno como es lo violento haya tardado tanto tiempo en imponerse como tema, sobre todo a partir de un enfoque de corte moral. Jean-Marie Domenach recuerda en su texto La violencia (del libro colectivo La violencia y sus causas, ed. UNESCO, 1981) que lo que la filosofía griega descartó (menciones esporádicas de algunos autores como Heráclito no es algo muy significativo) reaparece representado por la tragedia, en sus diversas formas de cólera, hybris, venganza, etc. También en la cultura latina se ha producido un ocultamiento semejante, y un buen ejemplo podemos encontrarlo en que el latín no distingue entre ‘fuerza’ y ‘violencia’ (vis). Es el francés George Sorel el primero que, ya en pleno siglo XIX dedica a este tema un estudio importante. Hoy en día ya se ha convertido en prácticamente un género el estudio del fenómeno violento.

¿Por qué se ha producido este viraje de la manera que vemos? ¿Por qué motivos se ha tardado tanto en analizar el fenómeno? En la reunión se planteó que tal vez eso se deba, en gran medida, a las especiales formas de sociabilidad modernas. Es decir, que nuestro nivel de vida basado en un confort insólito en otras épocas nos ha desligado de los efectos de la violencia más cotidiana, pudiendo así aislarse conceptualmente como si se tratara de algo ajeno a nuestra naturaleza. Hoy no es lo habitual que nos veamos obligados a matar para sobrevivir; en nuestros nichos de confort vemos a la violencia como algo que existe por sí mismo, con autonomía propia y que únicamente nos afecta en determinadas situaciones. Esto nos separa claramente de la percepción que de la misma tenían nuestros antepasados, cuyas vidas cotidianas se desarrollaban bajo niveles de agresividad muy elevados. La cotidianidad de la violencia, como sucede con cualquier otra cosa, nos la convierte en algo inseparable de nuestro contexto. En este sentido hay que recordar que el análisis de algo se produce sólo cuando podemos establecer una distancia con ese algo. El theoros griego, el sujeto que articula tesis determinadas sobre algo, es precisamente tal sólo cuando puede entrar en el juego desde fuera; su exterioridad a lo analizado le permite la perspectiva indispensable para poder entender la naturaleza verdadera del fenómeno. Sin distancia no puede haber análisis y la progresión de nuestra separación de la violencia explica que sólo hasta la modernidad lo violento se haya convertido en problema filosófico.

Paradójicamente es en situaciones de gran seguridad material y legal cuando la percepción que entraña la peligrosidad de un ataque se hace más alarmante. Hoy en día en Europa vivimos en sociedades donde el nivel de violencia es uno de los más bajos de la historia. Hay conflictos bélicos, claro está, pero en nuestras vidas los sucesos violentos siguen siendo una anomalía. Sin embargo, a esta seguridad conjugamos una percepción del peligro más intensa; la sensación de amenaza es muy elevada y las psiques de los individuos lo acaban acusando. Hoy en día tenemos más cosas que perder frente a la eclosión de la violencia: nuestro confort y nuestros derechos legales, por ejemplo. Cierto que tenemos el problema del terrorismo, pero incluso en estos casos su nivel de efectividad práctica es muy reducido y las probabilidades de que alguien sea víctima tampoco son muy elevadas (mayor número de muertes producen los accidentes de tráfico y sobre todo los suicidios y sin embargo la percepción de estos problemas es mucho menor).

Apunta Domenach que el progreso del ‘espíritu democrático’ también ha tenido mucho que ver con todo esto. Hoy en día somos más sensibles que nunca a las violencias que se cometen, pero no sólo con las ajenas (esas siempre se han percibido críticamente, fruto de la demonización casi unánime que produce la exterioridad de lo ajeno). Creo que en la modernidad eclosionan los principios más radicales que están en los Evangelios, y son ellos los que determinan una mayor consideración del Otro, un mayor respeto por lo que nos resulta ajeno. En la modernidad lo propio se pone en cuestión, y eso implica analizar críticamente el ejercicio que llevamos a cabo de nuestras capacidad agresiva. Aunque todavía se mantienen en pie, los sistemas totalizadores de sentido (religiones, ideologías, filosofías) han perdido su poder clausurador y la eficacia de la justificación de sus violencias. Si el círculo de lo propio no puede ya cerrarse con la misma complacencia y falta de nivel crítico, es inevitable que las relaciones entre el Yo y el Otro se conviertan en un problema central de nuestros días.

Dejo la cuestión etimológica del agon, del polemos y del makhomai para más adelante.

viernes, 13 de julio de 2007

Arrancando


La primera sesión es la más incierta, la del arranque, la de las decisiones fundamentales. Después de un impasse en el que los correos han volado entre los miembros de la secta y de varias propuestas fallidas, al final se pudo quedar ayer jueves. De entrada se planteó tratar sobre un autor o un texto concretos, pero al final se decidió versar nuestras reflexiones sobre un tema, así cada uno podía entrar según sus propios intereses y enfoques particulares. En el intercambio de mails se decidió que la violencia sería el tema, así que a la primera reunión ya se pudo llevar algo preparado.

Los problemas iniciales son los de siempre, si es conveniente ir primero a definir y acotar la problemática, si el enfoque que nos aportan algunos es correcto, precauciones, reservas y manías varias. Lo primero, la violencia como problema, que según Horrach es algo que se ha planteado en la modernidad. En medio de la discusión surgen temas interesantes, como el de la necesidad de un otro, de una alteridad radical sobre la que se aplicaría la violencia, puesto que no implicaría ningún problema moral, al no formar parte del grupo cerrado que constituimos. La violencia problemática en paralelo a la constitución moderna del sujeto fuerte, como fruto de una profundización en las tesis del nuevo testamento.

Pero no nos lancemos, que antes hay que dejar claras varias cosas. La periodicidad, de la que no habíamos hablado aún, semanal de momento. Los enfoques, variados, desde distintas corrientes y autores, todo muy interesante: Zygmunt Baumann, Hannah Arendt, Benjamin, enfoques neurobiológicos, Girard, Nietzsche, Levinas, Giorgio Agamben, Derrida, metafísica y violencia. Estos son los ángulos desde los que nos acercaremos al fenómeno de la violencia. ¿Ambicioso? Puede que sí. ¿Disperso? También. Pero con tanto disparo alguna presa haremos. Siempre aprenderemos algo y nos mantendremos en la maquia, que es de lo que se trata. Esto es algo irracional y pulsional, sale de ocultos abismos en nosotros, y hemos de lanzarnos al ruedo a darle capotazos al toro de la verdad (insensatos, creemos que es una simple vaquilla, y es un toro de dimensiones mitológicas)

Luego vinieron definiciones varias de fenómenos violentos: pólemos, agón y makhomai. Y finalmente la dispersión. Ahí decidimos organizar las próximas sesiones. En principio, cada día uno de nosotros dará un paso al frente y expondrá de forma breve sus investigaciones, y a partir de ahí, la discusión. Les mantendremos debidamente informados.

MAKHOMAI!!!




Saludos a todos (astados o no), bienvenidos a esta nueva plaza filosófica.


Nace con esta entrada el blog Makhomai, que será a partir de ahora el escenario donde una oscurantista secta vinculada al departamento de filosofía de la UIB (Universitat de les Illes Balears) verterá sus filias y fobias en forma de derrames cogitacionales y pensaciones fenomenológicas. En ausencia del Padre (el Tigre de la Pampa) de esta secta peligrosa y temeraria, y también de nuestro profeta principal (el Rabino Satánico, auténtico San Pablo de nuestro credo), perdido por tierras alicantinas, me ha tocado a mí hacer las presentaciones protocolarias de esta especie de think tank de los subsuelos palmesanos. Espero estar a la altura.

El escenario bloggerístico de estas reuniones que pretenden tener cierto contenido filosófico se llama como una palabra griega de donde procede la 'maquia' de tauromaquia o de logomaquia, o, rizando el rizo, también de topomaquia (lucha por el espacio). El vocablo en cuestión viene a significar 'pelea', 'enfrentamiento' o 'lidia', y pensamos los seis miembros fundadores de este invento que expresa más o menos lo que intentamos hacer con la filosofía: modo o ritual de confrontación agónica contra algo más fuerte que nosotros, algo que nos sobrepasa en cuerpo y cuernos y sobre el que proyectamos todas nuestras neuras y delirios. Sabemos que no existe una verdad fija y determinable, pero también que hay grados en lo que respecta al acercamiento a esta verdad elusiva, y es en ese marco de incertidumbre y brega en el que pretendemos movernos (*). También pensamos que el toro como imagen de un absoluto vinculado a lo elemental no es mal símbolo para unas reuniones veraniegas (ya veremos si se prolongan, o incluso si llegan al final del verano) que pretenden analizar el tema de la violencia. Después de una primera toma de contacto (llevada a cabo este mismo jueves día 12), la idea consiste en que cada uno de nosotros seis enfoque este tema a partir de sus autores o subdisciplinas filosóficas predilectas. Pensamos que la violencia posee un potencial muy sugerente para ser analizada desde distintas perspectivas, en unos casos metafísica, en otros más socioantropológica, o también neurobiológica. Tal vez seamos demasiado ambiciosos, pero tenemos claro que no prometemos nada; ya veremos cómo evoluciona el invento y este blog será testigo de ello, para bien o para mal. Para la primera corrida ha sido designado como oficiante un servidor, 'José Tomás' Horrach, y el ritual se llevará a cabo, si nada lo impide, en la plaza palmesana de Literanta la semana que viene. Deséenme suerte.

Los miembros fundadores de Makhomai somos: Pez Martillo, Andreu V., Manolo P., Miquel R., Javi y servidor.


Saludos y hasta pronto. Ereignis!

* Me dicen por vía interna que no todos los miembros del think tank están totalmente de acuerdo con esta definición de la verdad. Preciso entonces que lo dicho es más propio que del grupo (o de todos los del grupo). Creo que ya desde el principio demostramos que estamos lejos de blindarnos en unanimidades estériles, lo cual me alegra. Que dure.